En febrero de 1982 mi abuelo estaba ingresado en el hospital muy enfermo. Una noche mientras meditaba, sentí la necesidad de ver cómo se encontraba. Me visualicé frente a él poniendo mis manos sobre su cuerpo. Tuve la sensación de que la energía se le escapaba por el abdomen, como si tuviera un agujero. Intenté llenar ese vacío energético y al hacerlo sentí mucho calor en mis manos. Sin embargo, sabía que lo que había hecho no bastaba y que no podía evitar el inminente final de su vida.
Me sentí muy frustrado al pensar que no podía ayudarle y durante los dos días siguientes a esta experiencia estaba muy preocupado por él y muy nervioso. La tarde del segundo día mi abuelo falleció, yo sentía que iba a morir con él.
Durante los meses siguientes a su partida, sentí un cúmulo de emociones que era incapaz de distinguir y que me causaban mucha ansiedad y un tremendo sufrimiento…
Pero una mañana del mes de mayo al comenzar a meditar, comprendí que cuando murió mi abuelo «algo» me había pasado y ya no había vuelta atrás. En ese instante me rendí a lo desconocido, confíe en el Universo e inmediatamente me sentí por fin en paz. Acepté qué más allá de la razón había algo y desde entonces ese «algo» es una parte fundamental de mi vida.
Los siguientes años me dediqué a intentar entender e integrar qué fue lo que me pasó durante esos días.